Como dormida bajo la sombra del banderín del corner, la pelota estaba esperando que Motoneta López, la hiciera viajar sobre las cabezas brasileñas en la siesta dominguera del Centenario. El partido estaba 1 a 1, faltaban sólo tres minutos, sin contar el tiempo que decidiera agregar el árbitro Comesañas.
Una parte de la historia de Rodolfo, del periodismo de investigación y de la militancia de base peronista, se fue con Lilia Ferreyra. En una entrevista que en Miradas al Sur, ella contaba sobre una casa que alquilaron en el delta del Tigre en 1972:
(...) generalmente los muelles de las casas del delta tienen nombre. Esta no. Tenía un número: 459. La última vez que estuve con Rodolfo, fue para levantarla; para traer cosas. Y no volvimos más. Después, en el '77 él desaparece. Yo salgo del país a fines del '78.
Al volver, en el '85, con mis amigos Coco Blaustein y Luis Bruchstein, volví allí. Íbamos con la lancha en el río Carapachay y yo buscaba la casa en donde habíamos vivido. El 459. Y la encontré. Estábamos en el medio del río y, de repente, sale un hombre de la casa y nos pregunta qué nos pasa, si necesitábamos algo. Uno de mis amigos le dice: “Queríamos ubicar una casa porque ella vivió por aquí”. Y nos dijo que pasáramos. La casa estaba totalmente distinta. Yo empiezo a caminar, subo unos escalones. En el pasillo de la entrada veo las baldosas, los mosaicos, que eran los mismos que tantas veces había baldeado. Y ahí me conmoví mucho. Ese hombre me miró, y dice: “¿Usted sabe que aquí vivió Rodolfo Walsh?”. Entonces mi amigo le contesta que yo había sido su compañera. El hombre se puso a llorar, yo también llore. Nos abrazamos juntos. Mis amigos también. Todos estábamos llorando. Y resulto ser que era un compañero que la compró a la casa de casualidad y la había arreglado. Después cuando le dijeron que ahí había vivido Walsh, le escribió a unos compañeros que también habían sobrevivido, y se volvieron a encontrar después de 20 años ahí. En homenaje a Rodolfo plantaron unos arbolitos en el fondo de la casa que los llamaban “Los Walsh”. Ese compañero me cuenta que cuando limpiaron el pasto, apareció el cartel de la casa; se llamaba nada menos que “Liberación”. Es decir, estuvimos viviendo en una casa pensando que no tenía nombre, que era un número, y se llamaba “Liberación”. Un círculo parecía cerrarse; una parábola de nuestras vidas con un nombre escondido.
Lo abierto es señalado como la clave para la descentralización del poder sobre la producción de conocimiento, arte, tecnología, etc. Pero debemos preguntarnos ¿sólo con la apertura es suficiente?
El taller de reparación del Colectivo En Las Flores en la biblioteca Lola Mora de Santa Fe está compuesto por estudiantes avanzados y docentes de la Tecnicatura en Software Libre.
Renata tiene 40 años, es docente y militante sindical. Su historia tiene una particularidad y es un relato diferente a los que se suelen escuchar y leer en cada aniversario del último golpe cívico-militar en Argentina: es hija del exilio.
Los últimos meses de 2019 fueron de mucha discusión dentro de los movimientos abiertos (que incluyen principalmente software y datos, pero no exclusivamente) y libres – especialmente el software libre y la cultura libre. En las últimas semanas, un texto publicado en Medium “A bee with a blog”, distribuido en una lista de correo causó cierto furor.
Crucé la frontera de Paso de los Libres — Uruguaiana a bordo de un Palio. Después de esperar sin éxito el colectivo que pasaba por la avenida principal, me convencieron en una verdulería que lo mejor era agarrar un remis compartido. Fuimos hasta el paso fronterizo con Mariano, el chofer, y después de hacer la migración se sumaron al auto una mujer trans y una ama de casa.
En las métricas (infladas o no), se puede ver que al menos 3 millones de perfiles de #Facebook dieron “reproducir” al discurso de victoria de Bolsonaro, más de 180 mil lo compartieron y cosechó más de medio millón de reacciones. Números muy superiores a lo que se ve en el mismo “vivo” en su perfil de YouTube.