Fronteras
Crucé la frontera de Paso de los Libres — Uruguaiana a bordo de un Palio. Después de esperar sin éxito el colectivo que pasaba por la avenida principal, me convencieron en una verdulería que lo mejor era agarrar un remis compartido. Fuimos hasta el paso fronterizo con Mariano, el chofer, y después de hacer la migración se sumaron al auto una mujer trans y una ama de casa.
El cruce del río Uruguay coincidió con el comentario inicial del clima, que tuvo como respuesta un silencio. Pero la ama de casa solo tenía interés en su compañera de asiento:
— Hace mucho no te veía por Libres — dijo
Entramos a Uruguaiana, hicimos el rulo en la ruta y la doña pidió bajar cerca de la feria, para hacer las compras del día. Pagó, agradeció y dijo:
— Mandá saludos — dirigiéndose a ella.
Retomando el asfalto, la trans contó que estaba recién llegada, como respondiendo a la inquietud que había quedado flotando en el aire. Después de haberse ido a estudiar a Córdoba, había decidido dejar “peluquería”, volvía definitivamente a Libres y pensaba además dar clases.
Hizo tres cuadras más y se bajó. El remisero le miro el culo, hizo una pausa, se dio vuelta y revoleando los ojos como señalándola, dijo:
— Ese es un tipo… no sabés el traje de plumas que usa en el carnaval. ¡El más caro! Cien pesos le sale cada pluma.
La charla se desvió a cuestiones triviales, pocas cuadras más y ya estaba en la terminal.
Ahora me bajo y entro al edificio. Camino hasta el balcón de PlanAlto a retirar mi pasaje para seguir viaje a Santa María. Pienso en las fronteras, en cómo se borran con las dinámicas cotidianas. Me revolotea la metáfora fácil en relación con el carnaval, las identidades de género.
Ya con el ticket en la mano, pienso que por veinte pesos crucé a Brasil, en el mismo carro que la reina del carnaval.
Uruguaiana — Noviembre de 2015