El secreto del Ploto
Como dormida bajo la sombra del banderín del corner, la pelota estaba esperando que Motoneta López, la hiciera viajar sobre las cabezas brasileñas en la siesta dominguera del Centenario. El partido estaba 1 a 1, faltaban sólo tres minutos, sin contar el tiempo que decidiera agregar el árbitro Comesañas.
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— ¡Qué porquería! ¿Será necesaria tanta humedad? –dice mientras ceba un mate y espía de reojo cómo el pibe, periodista improvisado, acomoda el grabador— Seguro va a llover, me está jodiendo la rodilla de nuevo. El viento que viene del lado del río parece traerle olor a recuerdos. El cuerpo le está pasando factura, le está cobrando la infancia y la juventud juntas. A Demetrio parece costarle ser Demetrio, le duele en los huesos: la rodilla ya no está como cuando iba a entrenar después del laburo.
Él tiene una particularidad: nació dos veces. De la primera, por obvias razones, no tiene recuerdos propios, se la contaron. De la segunda, en cambio, tiene grabado cada segundo en la retina. Fue el 10 de mayo del ’64; más precisamente a los 42 minutos del segundo tiempo, había entrado por José Luis Broggi a los 8’ del complemento. Este segundo parto duró apenas unos segundos, lo parieron la hinchada, los tablones que esa tarde cargaron cinco mil almas más de las permitidas y el empeine derecho de Motoneta.
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— Al Santos le decían el ballet blanco, a Colón… le decían Colón –dice y saca la pava de la hornalla.
El día sábado habían perdido en Saavedra, 2 a 0 contra un Platense que no perdonó de local. Sin descanso volaron de nuevo para Santa Fe y quedaron concentrados para jugar de nuevo el domingo contra los brasileros. En realidad, para asistir como espectadores de lujo a la exhibición del Santos de Pelé, Gilmar, Zito, Coutinho y Pepe. Dueños de una coreografía única y orquestados por un director escénico como Luis Lula Alonso, ese mismo que después del partido iba a entrar en tromba al vestuario local ofreciendo una fortuna por una revancha.
El Colón de aquel día de otoño era como el auto que Demetrio tiene estacionado en la puerta de la casa: un Falcon modelo ’64, con la carrocería dura y difícil de torcer. Para frenarlo a Pelé había que ponerle un paragolpe, ese fue Alberto Raúl Poncio.
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— Una tarde vinieron unos porteños con unas cámaras, para hablar de ese partido —empieza a contar —. Me hicieron presentarme, así que les dije “Yo soy Ploto, de sobrenombre; Demetrio Gómez, de nombre y apellido, ex jugador de Colón. Nacido en el barrio, criado en el barrio. Nací de Colón y voy a morir de Colón”.
Los ojos de Demetrio dejan entrever una llamita… un secreto bien guardado por él y para él.
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El Santos F. C. venía de gira por Argentina. Le había ganado a Godoy Cruz, Talleres, Boca Juniors y Racing Club. Vino a Santa Fe durante la Semana Aniversario del Club Colón. El partido estaba previsto como cierre de los festejos y los diarios titulaban: “Todo un acontecimiento deportivo que es muy difícil que se pueda repetir en nuestra ciudad”. Y tenían razón.
Todos los rincones del estadio estaban prácticamente abarrotados una hora antes de hacer girar la pelota. A las 15 hs, cuando Coutinho la corrió del eje imantado de la mitad de cancha, a los tablones era posible sentirle las pulsaciones.
Colón militaba en la segunda categoría del fútbol argentino, pero muchos de sus jugadores tenían otros trabajos paralelos.
— Cumplí 18 años y empecé a ser municipal —cuenta Demetrio mientras acomoda la yerba —, siempre tenía mi sueldo. Sino tenía que salir a vender verdura, o vendía ananá, vendía banana, huevos, cualquier cosa. Yo no tenía problemas.
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El Ploto antes de ser el Ploto jugaba en la Federación Santafesina de Fútbol. Se cruzaba de arrabal, atravesando la avenida J. J. Paso, frontera que separa Centenario de San Lorenzo. Se ponía la camiseta del otro barrio y salía a defenderla jugara contra quien jugara.
San Lorenzo era un equipo que, en palabras de él, “siempre figuró, siempre estuvo primero o segundo”. Después se pasó a Central Centenario, del otro lado de la avenida, donde se tuvo que juntar con esos que le habían gritado de todo por jugar en la vereda de enfrente siendo del Centenario, algo parecido a una traición. Era romper los códigos del barrio. Más tarde llegó a Colón.
—Colón hizo que me conozcan como persona, no como jugador. El fútbol me dio alegría y tristezas. Porque no todas se ganaron, lo importante es que con el fútbol no gané plata, pero gané amistades, gané gente que conocí.
Con la mirada el Ploto parece querer contar algo más, pero en cada cebadura de mate, termina tragándose las palabras.
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Entre la polvareda del área grande, a los 42 minutos del segundo tiempo, la redonda encontró los rulos del Ploto que había logrado sacarse de encima al “2” del Santos. La pelota entró como haciendo sapito en un arco vacío, con un arquero a metros de la jugada que buscaba explicaciones en las miradas de los compañeros. Los cinco minutos posteriores al cabezazo fueron eternos, con un cañonazo de Pelé en el travesaño y con un Santos que había convertido todas las ideas en pelotazos frontales. Pero el 4-2-4 en bloque de Colón no dio margen para más. Ese día en las agencias de noticias del mundo sonaron las campanillas que tenían las máquinas, los teletipos. El titular urgente era “Con gol de Demetrio Gómez, Colón superó al Santos de Brasil”.
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El secreto del Ploto es algo que sueña solamente en las siestas. En el sueño, es la siesta del 10 de mayo del ‘64 y él está en la tribuna entre esa maraña de cabezas. Ve cómo el pelotazo de Motoneta se despega de la sombra del banderín y levanta vuelo, surcando el cielo de su barrio, el techo del Centenario que tantas veces pareció tan gris pero que ahora tiene un color distinto.
Parado en el tablón ve que Gilmar, el arquero del Santos, en su intento de cortar el centro se tropieza y choca contra un compañero. Observa, conteniendo la respiración, cómo el otro Demetrio, el que tiene 48 años menos, parado sobre el manchón de cal del punto penal se encuentra con la oportunidad y la grandeza titánica de detener el curso del río aunque sea por unos segundos. El cabezazo lo da la tribuna entera.
El Ploto grita el gol, el que hizo y hace latir a esas maderas: ¡su gol!; y se enreda en ese cardumen de gritos y abrazos. Y entre esos abrazos se va dando cuenta de una certeza: volverá a nacer por tercera vez. Porque en el momento en el que la parca lo venga a buscar, él, Demetrio, se va a tener que mudar al otro Centenario, porque ella se lo va a llevar para la otra vida pero seguro tendrá la piedad de no cambiarlo de barrio; y al mismo tiempo de este lado, en donde se quedarían los demás, va a ser parido otro Ploto Gómez, un tipo humilde del sur de la ciudad, ese que todos los 10 de mayo, un ratito antes de las cinco de la tarde, hace poner de rodillas al mismísimo Rey.